
Ingredientes {para 4 personas}
12 filetes de sardina
12 hojas de albahaca fresca
4 hojas de pasta brick o filo
50g aceite de girasol
Limón
Pimienta
Elaboración
Foodie, diseñadora gráfica, cuentacuentos y aficionada a la fotografía es un resumen de lo que encontrarás aquí, un circo lleno de recetas, historias y espectáculo. Señoras y señores, mesdames et messieurs, ladies and gentlemen, bienvenidos a Circus day, espero que te guste el show.
Hi, I'm Caty and I lead this circus.
Foodie, graphic designer, storyteller and photography amateur is a summary of what you will find here, a circus full of recipes, stories and spectacle. Señoras y señores, mesdames et messieurs, ladies and gentlemen, welcome to Circus day, I hope you like the show.
Sentado frente a la puerta del templo, se dedicaba a observar a la gente que entraba y salía de él: penitentes, turistas, hombres y mujeres, mayores y jóvenes. Todos se paraban en la puerta, la observaban y entraban; en cambio, los que salían no miraban atrás, como si hubieran dejado dentro todos los demonios que llevaban encima y no quisieran que regresaran una vez fuera. Él no era entusiasta de los templos, ni del rezo ni del perdón. Había dejado esa parte de la vida en su familia: ella se encargaba de su alma, o al menos de rezar por ella. Él pensaba que ya estaba perdida.
Cuando la vio salir del templo, pensó que se había escapado un ángel de algún lugar del edificio. Sus ojos verdes rasgados, pómulos altos y boca agraciada; asomaba cabello negro de debajo del pañuelo que llevaba sobre la cabeza. Su vestido largo casi le tapaba los pies y una sonrisa —de haber dejado sus pecados rezando— lo atrajo como un imán. Y la siguió.
Ella cruzó la plaza, llegó al mercado y se paró frente al puesto de las especias. Compró semillas de mostaza y rió con gusto por algo que el mercader le había dicho. Siguió su camino por las callejuelas estrechas de la ciudad. Él la siguió con cuidado, procurando que ella no se diera cuenta. Era especialista en eso. La vio entrar en otro portal. Ese no era un templo, sino más bien la entrada de un palacio. Ahora entendía por qué lo había atraído tanto aquella mujer. Negó con la cabeza, sonrió y siguió su camino. —No es para ti —se dijo, y suspiró, regresando sobre sus pasos.
Una noche cualquiera, las chicas decidieron organizar una pijamada en el piso de Bella, que vivía encima de una librería-cafetería con wifi rápido y sofá cómodo. "¿Quién trae las palomitas?", gritó Bella desde la cocina, con un libro bajo el brazo y las gafas torcidas. "¡Yo traigo ensalada!", dijo Ariel, que llegó en bici eléctrica, aún con gorro de nadadora y olor a cloro. "¿De verdad?", preguntó asombrada Moana. "¡Era mejor un poke bowl!", sonrió con inocencia.
"¿Quién ha dejado otro zapato en el ascensor?", preguntó Jasmín levantando una sandalia rosa con brillantes. "Ups, creo que es mío", dijo Cenicienta, entrando en calcetines, con una pantufla colgando de su mochila. Rapunzel fue la última en llegar, atascada en la puerta porque su melena se había enrollado en su pie. "¿De verdad no quieres cortarte ni las puntas?", le susurró Aurora mientras intentaba ayudarla medio dormida, dejando a Rapunzel horrorizada.
Jasmín, por su parte, no paraba de frotar lámparas. Cada vez que veía una, le brillaban los ojos y decía: "¿Y si sale un genio?". Todas las chicas ponían los ojos en blanco. A las dos de la mañana, ya nadie veía la película. Ariel hacía estiramientos tipo sirena, Bella organizaba libros por orden, y Cenicienta jugaba a emparejar zapatos como si fuera Tinder. De pronto, Aurora roncó tan fuerte que el altavoz inteligente de la sala pensó que era un comando de voz. "¿Deseas pedir una pizza?", preguntó Siri. "¡Sí!", gritaron todas. Al final no hubo peli. Ni orden. Ni zapatos emparejados. Pero hubo risas, hojas verdes en sitios inesperados y un momento en que todas gritaron al ver que la lámpara de Jasmín se encendía, aunque solo porque estaba enchufada.