Abrir una pequeña panadería es, en estos tiempos, como diría María, una locura. Irme del pueblo con ese poco dinero ahorrado, que tanto me costó conseguir, para continuar mis andanzas en la capital, no fue fácil, ni aventurero, ni apreciado por parte de la familia. Lo sé: las raíces son importantes, siempre que no te detengan.
Y ahí estaba yo, fregando el suelo de lo que sería para mí una nueva etapa: muchísimo trabajo y apretarme el cinturón, segurísimo. Pero hacer pan se me daba bien. En la capital todos hablaban del llonguet, el panecillo más consumido por la mayoría. Nada de pan de pueblo, tosco y poco sabroso… Bueno, los tiempos cambian, los gustos también, y yo tendría que amoldarme a mi nueva situación.
Vivir encima de la panadería me permitía no perder tiempo entre caminos, idas y venidas. María, al final, había venido a verme. Pensé que estaba alucinando cuando se presentó de repente. Me entraron ganas de llorar, pero sabía que, si lo hacía, era como darle una pequeña victoria, y no quería concedérsela. Así que levanté el mentón, miré a mi alrededor, como enseñándole lo conseguido, y le guiñé el ojo para que viera que podía estar tranquila. Ella. Porque mi interior estaba como un flan.
Ella me sonrió, se acercó sigilosa hasta mí, como si supiera lo que sucedía dentro de mí, y me abrazó con fuerza. Me confesó que estaba orgullosa y que no importaba si me quedaba toda la vida: eso significaría que todo estaba bien. Pero que, si quería volver, ella nunca me preguntaría, ni dejaría de estar orgullosa, ni me juzgaría.
Después de su partida me sentí feliz. Quizá por su aprobación, quizá por su visita, quizá porque me sentía capaz… o porque sabía que, aunque estuviera lejos, ella luchaba por mí.
En Mallorca hay un panecillo que guarda en su sencillez toda una historia: el llonguet. A primera vista puede parecer un pan humilde, ovalado, con corteza crujiente y una hendidura en el centro que lo hace inconfundible. Pero detrás de esa apariencia discreta se esconde un símbolo de identidad para los palmesanos.
Mientras que en los pueblos lo más habitual era el rústico pa pagès, en Palma el llonguet se convirtió en el pan de cada día entre los siglos XIV y XX. Tanto fue así que los habitantes de fuera de la ciudad empezaron a llamar a los palmesanos, con cierta sorna, llonguets. Lo curioso es que aquel apodo burlón acabó quedándose, y aún hoy sigue siendo parte del lenguaje popular.
El Archiduque Luis Salvador, gran observador de las costumbres mallorquinas, describió el llonguet como un pan “pequeño, alargado, muy blanco y con un corte en medio”. Y aunque durante un tiempo cayó en desuso, en los últimos años ha resurgido con fuerza, recuperando su lugar en mesas, panaderías y cafeterías.
Lo maravilloso del llonguet es que se presta a todo: relleno de sobrasada, de queso y tomate, de embutidos o incluso de preparaciones más modernas. Para mí, evoca recuerdos de infancia: era la merienda que mi madre me preparaba para el colegio, sencilla y deliciosa. Hoy cualquiera puede vivir esa experiencia, ya sea probando las propuestas más creativas en los bares de Palma o llevándose unos cuantos llonguets recién horneados para rellenarlos en casa al gusto.
Hoy en día ya existe la
Fira del llonguet, en la que, además de consumir llonguets, multiples actividades dan paso a homenajear este panecillo palmesano. También la
Ruta del llonguet, donde los establecimientos participantes elaboran variedad de panecillos rellenos, y que puedes seguir la ruta a través del mapa de Google.
· LLONGUET ·
Ingredientes
500 gramos de harina de fuerza
10 gramos de sal
250 gramos de agua
30 gramos de mantequilla
100 gramos de masa madre o prefermento
5 gramos de levadura fresca
Prefermento (12 horas antes a temperatura ambiente)
100 gramos de harina
60 gramos de agua
0,2 gramos de levadura
Elaboración
Mezclado de todos los ingredientes.
Tras el mezclado, 2 minutos de amasado enérgico.
Deja reposar 10 minutos.
Tras el reposo, amasado enérgico de 2 minutos, plegado en pañuelo y deja en reposo 10-20 minutos. Plegado de pañuelo y vuelta a reposar.
Cuando veas que la masa ha crecido, pasa a la parte técnica.
Coloca en una tela o trapo (bien apretados).
Fermentación (deja que doblen de tamaño pero que no entren demasiado hinchados).
Cocción. Horno fuerte 230-250 grados sin vapor 10-12 minutos.
Corte profundo y seco.
Relato y fotografías @catypol - Circus day.