En un ático de techos bajos, en algún rincón de Austria, vivían dos hermanos: Lena y Theo. Habían heredado el lugar de una tía excéntrica que coleccionaba sombreros y, según la leyenda familiar, hablaba con los cuervos. El apartamento olía a madera antigua, a vainilla y a algo más que no lograban identificar… hasta que encontraron el viejo libro.
El libro estaba escondido tras una tabla suelta del armario del desván. Era grueso, de tapas de cuero cuarteado y sin título. Al abrirlo, las páginas crujieron como si respiraran después de años de silencio. Estaba lleno de símbolos, notas en los márgenes y mapas que no reconocían. Cada página parecía un enigma esperando ser resuelto.
Mientras se sumergían en esa maraña de acertijos, su dálmata —llamado Mozart, por razones que nadie recordaba— ladraba cada vez que los vecinos del piso inferior salían. Eran raros: una pareja de gemelos idénticos, siempre vestidos igual, que hablaban en susurros y coleccionaban muñecas antiguas. Un día, Mozart regresó con una de esas muñecas en la boca. Nadie supo cómo había llegado a su terraza.
Lena, más valiente, decía que el libro era una especie de guía. Theo pensaba que estaban volviéndose locos, hasta que una de las pistas los llevó a una antigua pastelería en las afueras del pueblo. Allí, entre harina y azúcar glas, encontraron al viejo panadero que, sin decir palabra, les sirvió un Kaiserschmarrn caliente. En el plato, dibujado con mermelada de arándanos, había el mismo símbolo que habían visto en el libro.
—Aquí empieza el verdadero enigma —dijo el panadero, señalando el plato como si fuera un mapa.
Desde entonces, el ático ya no les pareció solo un techo sobre sus cabezas, sino la entrada a algo mucho más grande. Mozart ladraba cada vez que algo importante estaba por suceder. Los vecinos seguían siendo raros. Y el libro… el libro parecía cambiar solo, como si escribiera su propia historia al ritmo de sus descubrimientos.
Se trata de una densa tortita "imperial", rota en la sartén y espolvoreada con azúcar glas. Se come bien caliente y en la misma sartén, para compartir. También se suele acompañar con compota de fruta, pasas al ron y almendras laminadas, y se consume tanto como postre o como almuerzo.
Nota: Esta es una receta sin gluten, pero si quieres hacerla con harina de trigo, puedes hacerlo sin problema usando 60 gramos de harina y eliminando el psyllium de la receta sin gluten.
- 2 huevos
- 40 gramos de harina de arroz
- 20 gramos de fécula de maíz
- 1 pizca de sal
- 1 cdta. de psyllium
- 125 mililitros de leche
- 30 gramos de azúcar
- Mantequilla para la sartén
- Azúcar glas para espolvorear
- Arándanos para acompañar
- Separa las claras de las yemas de los huevos y monta las claras a punto de nieve. Reserva.
- Tamiza las harinas, la sal y el psyllium.
- Agrega la leche y bate con varillas durante un par de minutos.
- Añade el azúcar y las yemas, y bate unos minutos más.
- Incorpora las claras poco a poco con movimientos envolventes para que la mezcla no pierda aire.
- Derrite la mantequilla en una sartén y vierte la masa.
- Dora la tortita por ambos lados, dándole la vuelta como si hicieras una tortilla española.
- Cocina durante dos minutos más y espolvorea por encima una o dos cucharadas de azúcar glasé.
- Rompe la tortita en trozos directamente en la sartén.
- Sirve caliente y espolvorea un poco más de azúcar glasé por encima.
- Acompaña con arándanos.