Jimena buscaba las ganas de acudir a la fiesta dentro de su bolso rojo Birkin. No era el bolso más apropiado para ese evento, pero era el que le había regalado su padre antes de morir, y llevarlo con ella era como si la acompañara. Mónica decidió dejar a su vecina como cuidadora de su hijo Javier. Era la primera vez que podía asistir a una fiesta y se debatía entre ir o no. Después de todo, algún día tendría que volver a salir de casa tras ser mamá; volver a la vida social le costaba la vida.
Lucía había estado a dieta durante más de un año: prohibido tomar alcohol, comer pasta o dulces. Por lo demás, no había mucho peligro; no era una gran comensal e iba a todas partes corriendo. Marisa acababa de aterrizar. Tenía el tiempo justo para ir a casa, cambiarse de ropa e ir a la fiesta. Le apetecía más meterse en la cama, pero había prometido asistir, y ella no rompía una promesa, por mucho que le tentaran las sábanas de algodón egipcio que vestían su cama.
La señora Bermúdez ultimaba los detalles de la fiesta y esperaba que, esta vez, todas sus hijas asistieran. Después de que su marido la dejara sola, necesitaba llenarse de energía y felicidad. No pensaban igual sus hijas: demasiado ocupadas, demasiado tristes, demasiado lejos. Pero ella se había asegurado de que asistieran… si querían heredar lo que les había dejado su padre. Y sabía que, a pesar de todo, asistirían.
Una modelo, una mamá soltera, una deportista y una mujer de negocios. Eso era lo que tenía. Podían montar una gran revolución estando todas en la misma habitación, y ella ya no tenía paciencia para detenerla. Así que se limitaba a sacar bandera blanca, plato de pasta con remolacha y sonrisa de tonta. Eso funcionaba. Lástima no haberlo aplicado antes; habría sido una gran conquistadora. Pero en casa, el emperador era su marido: Napoleón.

No, no era guapo, o eso dicen de él quienes le conocieron, bajito, musculoso y muy inteligente, fue un genio militar que le tenía fobia a los gatos, además fue el responsable, entre otras muchas, de mutilar la nariz de la Esfinge de Guiza egipcia, por que ya se sabe que el que manda es el responsable y tiene toda la culpa.
Si estuviera en la cocina con la misma pasión que en las batallas habríamos podido ver Ratatouille mucho antes y seguramente en tiempos de crisis nos untaría el pan con margarina. La famosa lata de la que tanto se habla y que "solucionó" el problema alimentario de las tropas, en realidad era tan cara de producir que solamente la gente pudiente podía permitírsela, por eso alguien dijo una vez que lo mejor para ser soldado de su ejército era tener piernas de liebre, corazón de león y apetito de hormiga. Aunque eso sí, cuando faltó un bien preciado como fue el azúcar lo mejor que hizo es que se buscara una solución, y sí, la encontró, bueno no él pero es su historia, ¿a qué sabes de qué os hablo? ¡pues claro! la remolacha.
No, no he preparado un pesto dulce, cuando me he referido al azúcar anteriormente, este es un pesto delicioso y salado, con un ligero sabor a tierra, ese sabor tan peculiar de la remolacha, y que hice preguntándome si me decepcionaría pero que al probarlo me encantó. ¿Crees qué le habría gustado a Napoleón?.
Es aplicable como el pesto tradicional, igual, pero es que además si lo servimos con pasta la deja de un color precioso que te encantará, ya me contarás si decides probarlo, me gusta mucho cuando me lo cuentas.
· PESTO DE REMOLACHA ·
Ingredientes para pasta para 4- 400 gramos de remolacha pelada y cocida
- 1 diente de ajo
- 75 gramos de avellanas tostadas (o almendras o piñones)
- 100 gramos de Parmesano rallado
- Sal, al gusto
- 60 mililitros de aceite de oliva
- 350 gramos de pasta (espagueti, macarrones, fusilli, linguine...)
Elaboración
Picar, con la Túrmix o la Thermomix, las remolachas, el ajo, las avellanas, el queso y la sal. Con la picadora funcionando le añadimos poco a poco el aceite de oliva. Servir con la pasta que más te guste.
Con esta entrada participo en el Reto de Septiembre de Cocineros del Mundo en Google+ en el apartado salado.
Fotografías @catypol - Circus day.